Por: Dra. Lorena Espina
La disertación kantiana de Rodríguez (2002), asoma una definición de genio y la conducta genial al explicar que “la producción genial aparece como feliz conjunción entre imaginación y entendimiento”, es decir que se requiere de un razonamiento, al igual que de formación académica, potenciadas por la creatividad para llegar a actitudes geniales que propicien soluciones acordes a los esfuerzos aplicados.
En referencia a lo expuesto, Sambrano (2012), habla de genialidad como una característica o cualidad apreciada por las personas, la cual se alcanza:
Cuando todo el cerebro trabaja conjuntamente para la consecución de un objetivo: la realización plena y la explotación máxima de los recursos personales, todo ello unido a sentimientos de solidaridad, eficiencia y competencia. Los altos niveles de desempeño de los profesionales de esta nueva era se miden por la habilidad que desarrollan para actuar con sinergia, de una manera integral y sincronizada; así evitan la entropía, el estrés.
A través de lo expuesto por la mencionada autora y teóricos como Goleman (2012) o Pittaluga (2014), se concluye no solo la reconocida importancia del cerebro en la vida del ser humano, sino el poder auto-renovador que lo caracteriza, de acuerdo a investigaciones difundidas a partir de los años 90 del siglo pasado, con las cuales se mostró al mundo dos interesantes fenómenos: la Neurogenesis y la Plasticidad Cerebral.
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